Hay labores y causas tan amables que hacen que los seres humanos participen con gusto, aún con poca remuneración o sin ella. Entre las labores de este tipo están las académicas y entre las causas de este tipo está la Revolución Cubana. Se requerirían muchas palabras para fundamentar los hechos y porqués que ilustran estas verdades. Y tantas palabras pueden abusar de un lector que seguramente tiene otras urgencias al leer estas anotaciones. Por ello nos referiremos solo a alguna reflexión en torno al amor por el trabajo académico y a su retribución, aunque inevitablemente en un entorno tan humano como el nuestro.
Un académico cubano vive en este mundo y obligadamente comparte por razones profesionales y humanas con colegas en cualquier otro país. Por ello sabe cuánto es remunerado y cuanto hacen sus colegas en materia laboral e inevitablemente se compara a si mismo con ellos. Cualquiera de los nuestros que esté reconocido por su producción intelectual, tanto científica como docente, sabe que su intensidad de trabajo y su producción de saberes es equivalente y muchas veces superior a la de cualquier colega extranjero en condiciones similares.
Por otra parte, la economía que nos enseñan los fundadores como Adam Smith y Karl Marx dice que es el trabajo la fuente del valor económico. En esas condiciones, a trabajo igual debería ocurrir igual remuneración. Por lo tanto, en condiciones matemáticamente correctas, un académico cubano que trabaja produciendo saberes debería ser remunerado igualmente que uno francés del mismo nivel. Pero esto no es así, obviamente.
El académico cubano produce el valor económico equivalente, pero la parte de su remuneración que no recibe como salario contribuye mucho al bienestar de los demás en nuestra sociedad actual. Es una suerte de plusvalía social que todos estamos de acuerdo en aportar. Se parece a la que aportan también nuestros maestros y los trabajadores de la salud en situación similar. Es un impuesto invisible.
El valor de ese tributo se usa socialmente por el estado que lo emplea para financiar las muchas acciones que lo requieren para su sustento y que benefician a todos. De esas acciones, las más nobles son la educación y la salud universal y gratuita, la alimentación básica a precios con cierta proporción relativa a los salarios, la seguridad social, y varios otros importantes aspectos.
Pero hay que decir que en la situación actual, y sin agobiarnos con muchas cuentas, las diferencias de ingresos reales entre un académico cubano y otro en cualquier país pueden ser de dos órdenes en potencias de diez. El impuesto invisible es, ahora mismo, muy alto.
Hay formas de remediar esto. En la “Actualización de los lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución para el período 2021-2026” el Partido Comunista de Cuba acordó en su 8vo Congreso, el numeral 86 que refiere: “Avanzar en la implementación del Sistema Nacional de Investigadores y Tecnólogos, como mecanismo de atención al potencial humano del país, fomentando la superación y aplicación de incentivos materiales y morales a la producción científica y la innovación.”
¿Y qué cosa es el Sistema Nacional de Investigadores y Tecnólogos o SNIT?
Los investigadores de nuestro país son potencialmente al menos todos los profesionales que están empleados con categorías laborales de docentes de nivel universitario o investigadores. La cifra total en 2024 está cercana a 51 000 especialistas. Los tecnólogos están integrados por categorías laborales homónimas que se ejercen en centros de producción científica o de alta tecnología y en su número son algunos cientos en todo el país.
Lo primero que debemos crear en una base de datos funcional que los considere de forma continua y sostenible, uno a uno, con la información relevante a sus hechos y producción intelectual. Una vez logrado esto se sabrá cuánto y con qué calidad produce cada uno de forma normalizada, pues la variedad de sus empleos actualmente realiza estas consideraciones de productividad científica y tecnológica de formas diferentes, como es de esperar, en un entorno tan diverso como el de cualquier sociedad humana.
Al igual que la producción de arte y literatura se puede cuantificar en novelas publicadas, cuadros pintados u obras de teatro representadas, la ciencia se mide por documentos universalmente citables que se hayan dado a conocer socialmente. Estos pueden ser artículos en revistas especializadas debidamente acreditadas, libros en editoriales serias, patentes concedidas, y algunos otros cuyos contenidos puedan ser verificables por terceros.
En estas condiciones, un sistema nacional que estimule material y moralmente a investigadores y tecnólogos debe tener bien identificados a sus miembros y también su producción intelectual. La estimulación será más justa en la medida en la que se haga más proporcional a la producción de saberes de cada cual, y que esta sea verificable.
La experiencia de retribuir especial y separadamente la producción intelectual científica no está naciendo en Cuba debido a nuestra actual crisis económica. Muchos otros países la han debido desarrollar porque el impuesto invisible que pagan los académicos es más o menos alto en todas partes. Esto ocurre porque el valor económico del saber que producen se realiza a veces cientos de años después de haberse obtenido. Si Newton viviera y se le pagara solo una pequeña proporción de lo que los humanos hemos hecho con sus resultados científicos, se sentiría en la situación irónica de no saber que hacer con tanto dinero.
Algo tan complejo y delicado como un SNIT requiere de buena elaboración para que funcione bien. Y de buena retroalimentación y correcciones para que sea sostenible y útil en el tiempo. Una tarea como esta está siendo emprendida y debe rendir frutos, aunque en un principio pueda beneficiar solo a una pequeña parte del potencial científico que haya producido de forma significativa. Pero los beneficios son universales, porque aún los que no sean estimulados en las primeras ediciones saben que pueden serlo si trabajan mucho y bien. Y esa es la principal utilidad social de este tipo de acciones: cultivar y reconocer lo mejor que hacemos en cualesquiera condiciones.