Durante estos tres primeros meses del año los cierres finan­cieros que realizan las empre­sas son el punto de partida para un ejercicio económico de tras­cendental relevancia para los colectivos de trabajadores, el cual suele generar no poca in­quietud: la distribución de las utilidades.

Por lo general, durante las últimas semanas de diciembre comienza el empujón final para cobrar todo lo que sea posible y garantizar el cumplimiento de los planes de venta, primer requisito para que con el pos­terior cierre contable suene la caja contadora de la empresa y del bolsillo de quienes garanti­zaron esa ganancia.

Ya la gente tiene entonces más o menos un tamaño de bola, como decimos popularmente, sobre si le tocará o no ese in­greso adicional, lo que no sabe es cuánto y, a veces, asimismo surge la impaciencia sobre el cuándo lo recibirá.

Porque resulta que la agili­dad en este proceso es funda­mental para la economía nacio­nal, pero también para quienes laboran. Un enredo en las cuen­tas, una demora en los cálculos, pueden conllevar retraso en la distribución de utilidades entre los trabajadores.

El ejercicio contable y fi­nanciero conclusivo del año debe seguir las mismas reglas que primaron durante los cie­rres trimestrales, pero ahora hay que hilar fino para la de­cisión colectiva sobre los des­tinos de las utilidades después del pago del impuesto (detalle no menor para el cual las em­presas tienen hasta el 31 de marzo).

Para las organizaciones sindicales de base este es un momento crucial que exige su participación en la toma de de­cisiones en los consejos de di­rección. Es decisivo que el diri­gente sindical vaya con mucha preparación a estos debates. A veces las decisiones son inclu­so persona a persona, porque lo que no debe suceder es el igua­litarismo en el beneficio que re­ciba cada quien.

En esta repartición final es necesario también someter a ejercicio crítico todo el re­glamento que rige tal instante. Empieza un nuevo ciclo econó­mico y es cuando debe ser co­rregido lo que esté mal o no sea lo suficientemente justo. La ca­pacidad de negociación sindi­cal a partir de la preparación de sus dirigentes determinará el éxito de esa distribución de utilidades.

Los índices, los coeficien­tes, las escalas, las diferencias entre personal directo e indi­recto a la producción, el po­lémico tema de los cuadros de dirección, las evaluaciones de desempeño, en fin, cada deta­lle que determine quién recibe más o menos dinero tiene que ser transparente y sometido a discusión en el órgano colegia­do que corresponda.

Los ejecutivos sindicales harían bien si tuvieran su pro­pio análisis previo para llegar con posiciones comunes, sólidas y fundamentadas al escenario administrativo en el que al fi­nal se adoptan los acuerdos de­finitivos.

En la medida que eso funcio­ne bien será efectivo o no como estímulo al buen trabajo ese in­greso adicional que recibirán los trabajadores. No pueden quedar dudas ni andar luego en comen­tarios de pasillo lo que recibió este o aquel departamento, esta o aquella persona.

De igual modo hay que asumir con argumentos la explicación so­bre el resto de los destinos para las utilidades. Hay beneficios eco­nómicos que no tienen por qué ser solo individuales.

La posible variedad de des­tino de las reservas debe ser del conocimiento y aprobación de los trabajadores. Hay que re­partir bien, y mirar a quién.

Fuente: Francisco Rodríguez Cruz en Trabajadores

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