En medio de una compleja coyuntura internacional, resulta evidente que nuestro país se enfrenta hoy a una situación económica difícil.

Tasas de inflación superiores al 30 %, según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), en los tres últimos años han erosionado aceleradamente los salarios y pensiones de la población, especialmente en aquellos sectores vinculados a los servicios sociales, en los cuales los ingresos no varían y existen pocas fuentes de retribución adicionales.

En ese contexto, la inflación es un reflejo de las condiciones subyacentes, que por sí sola no es más que el mecanismo mediante el cual se ajustan los desequilibrios de oferta y demanda a través de los precios.

En los orígenes de estos desequilibrios debemos buscar sus causas, que en el caso de nuestro país obedecen a una multiplicidad de factores, agravados y condicionados por un bloqueo económico recrudecido, que, aunque no es el origen de todas nuestras dificultades, sí impacta negativamente –en más de 159 000 millones de dólares– en todos y cada uno de los aspectos de la dinámica económica y productiva de la nación.

En primer lugar, está el descenso sufrido por nuestro sector externo en los años recientes, pues las exportaciones de 2022 se ubicaron un 30 % por debajo de las de 2019, a la par de que los precios de importación crecieron de forma sostenida en los últimos años, por encima de los precios de nuestras exportaciones.

Solo en 2021, el precio de las importaciones creció como promedio un 25 %, mientras los precios de nuestras exportaciones solo 1 %.

En buena medida impulsado por estos desequilibrios en el sector externo, otra causa fundamental de la inflación actual está en la caída de la producción nacional, que en varios de sus sectores claves ha experimentado sensibles descensos: la producción del sector agrícola y ganadero fue, en 2022, un 37,2 % inferior a la de 2019, la industria manufacturera un 32 %, y la generación eléctrica un 25 %, de acuerdo con la ONEI.

Finalmente, la persistencia de déficits fiscales superiores al 10 % del Producto Interno Bruto (PIB) por cuatro años consecutivos, ha repercutido en un acelerado crecimiento de la cantidad de dinero en la economía, inyectándose solo por este concepto más de 250 000 millones de pesos a la circulación monetaria desde 2019.

 

LA BATALLA SE GANACON LA EFICIENCIA INTERNA

En este complejo contexto, que combina una dura restricción de recursos externos con desequilibrios monetarios y productivos domésticos, es necesario afianzar el consenso en que el camino a la recuperación pasa, inexorablemente, por ganancias de eficiencia interna que permitan revertir el círculo vicioso de bajos ingresos externos, baja producción y alta inflación.

En ese difícil camino, la economía cubana enfrenta dos grupos de distorsiones fundamentales:

  • Las macroeconómicas, relacionadas con los desbalances agregados, tales como altos déficits fiscales, el déficit en la balanza comercial, la multiplicidad cambiaria y la dolarización.
  • Las de carácter microeconómico, vinculadas a problemas en el funcionamiento de los actores económicos en los mercados, los incentivos, deformaciones de precios relativos, deficiencias en la asignación de recursos y rigideces regulatorias.

En ese conjunto, los altos déficits fiscales suponen una distorsión de primer orden por corregir en cualquier estrategia de recuperación económica, tal vez la más transversal, y es la garantía de avanzar sobre bases firmes en otras transformaciones.

La existencia de un déficit fiscal alto –como es el de más de 147 000 millones de pesos, previsto para 2024–, aunque parezca algo alejado de la realidad cotidiana, es un proceso con múltiples consecuencias en la vida de cada cubano.

Y es que la emisión monetaria en que se incurre para financiar este déficit es un motor de la inflación que vivimos, puesto que, al incrementarse cantidad de dinero en circulación, se incrementa la demanda de bienes y servicios, lo que termina elevando los precios finales en los mercados liberados.

Asimismo, el déficit fiscal y la expansión monetaria asociados a la inflación condicionan un deterioro progresivo de las funciones de la moneda doméstica, que impacta en una mayor depreciación del tipo de cambio informal, incapacidad de cerrar ciclos productivos con moneda nacional y, finalmente, el desplazamiento de esta de los circuitos empresariales, lo que crea condiciones para una mayor y persistente dolarización de la economía.

Muy relacionadas con lo anterior, se encuentran las deformaciones cambiarias:

  • Multiplicidad de tipos de cambio, que genera muchas distorsiones, barreras y desincentivos a los encadenamientos productivos internos y al dinamismo del sector exportador.
  • La existencia de un mercado informal de divisas, que ha ido ganando espacios en los últimos años.

El mercado cambiario informal es una distorsión, más que por su carácter ilegal, porque implica un esquema que genera grandes brechas de ineficiencia, pues condiciona un acceso dispar a las divisas que entran al país vía remesas y a través de los derrames del turismo, privilegiando a actores económicos no estatales muchas veces de bajo valor agregado, a la par que excluye de dicho acceso a las empresas estatales y a todo su potencial productivo instalado.

Corregir esta distorsión –como una cuestión urgente– supone avanzar en un esquema cambiario que permita, en primer lugar, un funcionamiento en igualdad de condiciones de un mercado cambiario oficial erigido sobre la participación activa del sistema financiero y un tipo de cambio fundamentado, que responda a las condiciones reales de la oferta y la demanda de divisas en este segmento de la economía.

 

ESTABILIZACIÓN Y CRECIMIENTO: CLAVES DE LA RECUPERACIÓN

La recuperación del mercado cambiario oficial deberá ser un primer paso en una transformación cambiaria más sustantiva y abarcadora, que fije su objetivo final en la definitiva unificación cambiaria, y que, junto a la estabilidad fiscal y la desdolarización, permita poner finalmente la moneda nacional como centro del sistema económico y financiero del país.

De este modo, a la par de la estabilización macroeconómica a corto plazo, la consolidación de la recuperación de nuestra economía transita por profundas transformaciones microeconómicas, de los esquemas regulatorios, de incentivos, de funcionamiento de los mercados y del tejido empresarial, que deberán impulsar un crecimiento sostenido de la actividad productiva a corto y mediano plazos en la Isla.

Diversas tareas estarían contenidas en este segundo grupo, desde las transformaciones en la empresa estatal socialista, en especial a sus mecanismos de gobernanza, esquemas de incentivos, estructura organizativa, así como procedimiento de quiebras y reorganización, hasta modificaciones en los mecanismos de planificación, que contribuyan a una verdadera descentralización en el acceso a los recursos mediante el establecimiento de mercados formales y ordenados de divisas e insumos que sustituyan, paulatinamente, la distribución centralizada como mecanismo fundamental de asignación, y ayuden a una verdadera autonomía financiera y económica del tejido empresarial.

Junto a lo anterior, es necesario avanzar en un marco más abarcador para las alianzas público-privadas en forma de empresas mixtas nacionales u otras formas, que beneficien a ambos actores económicos, así como emprender una reforma tributaria que logre compaginar los objetivos recaudatorios y de estímulo productivo de nuestro esquema fiscal.

Todas estas acciones podrían constituir transformaciones estructurales para dinamizar nuestro sector productivo a mediano plazo.

Si bien la estabilización macroeconómica es un punto de partida indispensable para reducir la inflación y encaminar la economía hacia la recuperación, por sí sola no es suficiente.

Es necesario, igualmente, corregir distorsiones microeconómicas y modificar marcos institucionales que faciliten a la economía crecer sobre la base de utilizar reservas de eficiencia y un mejor empleo de los recursos que podamos generar.

En el camino a la recuperación tocará asumir, sin duda, momentos difíciles, y la corrección de distorsiones que vienen lastrando nuestra economía no se logrará sin incurrir en mayores esfuerzos; pero la alternativa no será esperar por un milagro salvador que no vendrá de ninguna parte.

La voluntad de avanzar por nosotros mismos es la mayor fortaleza que reside en las nuevas Proyecciones de Gobierno para 2024, expuestas en la última sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular de diciembre de 2023.

En la integralidad de la estrategia de recuperación que implementemos y en la capacidad de generar los consensos para llevarla adelante estará la clave de nuestro éxito.

Los caminos para transitar no serán sencillos, como no lo han sido nunca durante la Revolución, pero al final, la inteligencia y la perseverancia de este pueblo terminará por superar los momentos más difíciles.

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